Sobre la piel
Ayer visité una de las tiendas de telas y desde que este proceso da inicio no hago más que pensar y pensar, tal ves de una forma un poquitín obsesiva, en todos los detalles que imagino ya listos y terminados para el cierre del año. Cada proceso es diferente y para cada uno, como si se tratara de una flor muy delicada, hay que brindar cuidados con esmero, hay tomar consideraciones distintas y decisiones diferentes para que el resultado sea el esperado o el más hermoso para todos los involucrados.
Cada camino, cada cierre y cada inicio marcan la piel y dibujan cicatrices indelebles a pesar de que las maquillemos para disimularlas. Estas cicatrices no son malas ni buenas, simplemente cuentan la historia de lo que hacemos y nos recuerdan tanto las situaciones alegres como los momentos tristes: las vamos pintando en el proceso. A veces es complejo sentarse a organizar algo tan intangible y que adicionalmente se va transformando con el tiempo. Lo imagino de un rojo intenso y de pronto me doy cuenta que el tinte se diluyó y que el lienzo blanco está apenas tomando un tono rosa pálido… Sin embargo, este proceso encierra su encanto y el esfuerzo que implica es parte de la motivación para continuar con el flamenco.
Este ir y venir año con año es como colorear la piel, la piel que lo percibe todo: la suavidad, la aspereza, las caricias, las lágrimas. La piel que se tiñe como un lienzo gigante y que expresa aquello que se siente. La piel que recibe la base, los polvos, el delineador, las sombras, el labial y que refleja pedacitos de estrellas cuando las luces la descubren y la evidencian. Así las sedas con sus tonos turquesas y azules me recuerdan el agua y el sonido de las olas. Así las alegrías, uno de mis palos favoritos, me llenan el espíritu en azul y me pintan momentáneamente el mar: con su horizonte amplio como brazos dispuestos a recibir cualquier idea loca.
El color sobre la piel, el color que dibuja y la piel que siente, que se marca, que percibe el sentimiento de la música, lo transforma en movimientos y lo devuelve otra vez en color. Todo mezclado como en una acuarela: vuelos grandes y pequeños, faldas ceñidas al talle, sedas suaves y esponjadas: azules, verdes, rojas, naranjas, amarillas, moradas… Todas juntas en el blanco impecable de la espuma, todas ausentes en el negro profundo de la noche y el flamenco que se tiñe en el cante, en la guitarra, en el zapateado, en las palmas y toma tonos impensables de color para posarse de nuevo sobre la piel.
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